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El camino de Molina

Foto: Domingo Benito Aliaga

Desde los Morrones y Galdones se puede ver el pequeño valle de Cañamolina, con los Morrones a la derecha, la fuente la Nava bajo nosotros, con la Cueva dominándolo todo y el Cerro de las Monjas a la izquierda ( un monte que, según la tradición de Hinojosa, albergó  en algún momento un monasterio femenino).

Cañamolina. Un término sin mucho misterio, ya que se ajusta perfectamente a las dos acepciones de su raíz: espacio de tierra entre dos alturas poco distanciadas entre sí o vía para los ganados trashumanes.

Su interés radica, sin embargo, en la elección del topónimo. Nuestros antepasados no le dieron el nombre de Camino a Molina (o alguna des sus variantes con el prefijo carra-, como Carramayas…), quizás porque ese no era la ruta que utilizaban para llegar a la cabeza del Señorío.

Algunos datos dan verosimilitud a esta idea: en primer lugar, la actual carretera es muy reciente; fue construida en el siglo XIX, en medio de una fuerte polémica ya que diversos pueblos se disputaban su trazado.

Un trazado que no guarda la lógica de los caminos tradicionales, integrados por tramos cortos de población en población (el primer pueblo desde Milmarcos es Cillas, demasiado alejado para los caminantes y carromatos antiguos).

Además, una diligencia del siglo XVII (a la que todavía no hemos tenido completo acceso) cita expresamente la ubicación de las eras “del Calbario” en “el camino de la villa de Molina y el lugar de Ynojosa”.

Unas eras, por cierto, en las que se instaló la picota, el siniestro símbolo del poder real en el que se hacia publico escarmiento con los delincuentes de la villa milmarqueña.

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